cambioLos budistas lo tienen muy claro. La vida es un cambio constante.

¿Entonces, para qué aferrarnos a nada? Ni a un trabajo, ni a una pareja, ni a una vida establecida y cómoda. La práctica del desapego se impone. Soltar, abandonar, dejar caer los brazos, no luchar contra lo inevitable.

Mi amigo Ibrahim, arquero de tiro tradicional de setenta y un años, asegura que en la vida son más importantes los accidentes que lo que tu has planeado para tu futuro. Porque todo se acaba derrumbando, torciendo, yendo por otro lado.

Si tal es así – y con años he ido comprobando que lo que dice el bueno de Ibra es cierto- ¿A que aferrarse? Lo que tenga que suceder, sucederá.

Sin embargo, para desapegarse de algo o de alguien, hace falta haberse apegado antes y uno comprueba que los que más fácilmente realizan los cambios, suelen hacerlo por su dificultad para los apegos, pues nunca estuvieron realmente unidos a nada ni a nadie con la suficiente profundidad.

Cambiar es dejar de hacer lo que uno ha hecho hasta ahora. Dejar de dar vueltas en círculos, o de escapar cuando uno sale de los baches siempre de la misma manera.

Para algunas personas, sumergidas en periódicos cambios, precísamente lo fácil es cambiar: cambiar de pareja, de casa, de vida, de sitio, de amigos…

Para ellos, el cambio significativo sería dejar de cambiar, quedarse donde están, no luchar, no aferrarse a ninguna solución mágica, experimentar el estado emocional en el que viven y transitarlo para aprender, crecer y superarlo.

La historia de mi vida

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A éstas alturas de la vida, el que les escribe ha cambiado radicalmente de vida unas cuantas veces como para saber de lo que habla. En otras facetas de la existencia – por desgracia más de las que me gustaría- soy un absoluto ignorante, pero en materia de cambios, yo podría dar conferencias, escribir libros y crear una enciclopedia ilustrada.

Una conjunción Plutón Urano en casa ocho, opuesta a un Saturno en la dos (la casa de las transformaciones opuesta a la casa del dinero y las finanzas, los amantes de la astrología lo comprenden) hacen que las crisis sean mi modo natural de avanzar en la vida. Y os aseguro que uno se hace muy fuerte con un aspecto planetario así.

Comencemos con el relato.

-A mi madre, su familia no la dejaba casarse con mi padre. Debido a la culpa y a haber tenido que enfrentarse al clan y abandonarlo, mientras estaba embarazada de mi, se deprimió. En su barriga sufrí mi primera crisis. Ella no deseaba tenerme y me iba a dejar morir. Estuve a punto de fallecer en la barriga de mi madre. Algo bajó desde el cielo, una presencia de luz femenina, para evitar que yo muriera. Años después, en visualizaciones, sintonizaciones de reiki ect… éste recuerdo volvería a mi conciencia con tanta fuerza que he tardado años en procesarlo.

Pasé mi primera depresión infantil con siete años. En mi casa nadie se enteró.

Mi segunda depresión con once. Tampoco se enteraron.

Mi familia estaba demasiado ocupada trabajando (mi padre es trabajólico) y discutiendo entre ellos para darse cuenta de nada.

Me tuve que recomponer yo solo desde que tengo uso de razón.

Tengo problemas para pedir ayuda porque desde que soy niño a nivel afectivo NO HABÍA NADIE A QUIEN PEDIRLE NADA.

-Con veintiún años me diagnosticaron Distimia, un trastorno similar a una depresión crónica, suave y sostenida en el tiempo. La superé.

-Cuando me hice psicoterapeuta tuve que aprender a llorar, porque me había hecho tan duro, tan insensible a causa del dolor, que no sabía hacerlo. La tristeza se me atascaba en el pecho y apenas era capaz de derramar lágrimas.

-Hace muchos años, al abandonar la multinacional de publicidad en la que trabajaba como investigador de audiencias, afronté mi primer cambio laboral importante dejando un empleo estable y tranquilo para irme a trabajar con la famlia. Buscaba seguridad… solo encontré más crisis y más cambios con aquellos que más quebraderos de cabeza me han dado en la vida.

-Afronté otro cambio radical años después, al hacerme psicoterapeuta y abandonar ese puesto seguro y bien remunerado junto a mis parientes, hecho éste que provocó casi la salida por la puerta de atrás del clan familiar.

-Añadamos a ésto, entre medias, dos separaciones de pareja bastante traumáticas, que dejaron cicatrices en mi alma y entonces comprenderéis que de cambios y rupturas uno sabe bastante, de hecho, la vida me ha convertido en un experto en giros bruscos de existencia, cambios de profesión, de rumbo y de modo de vida.

Desde que estoy en éste mundo, he sufrido toda clase de agresiones, las más dolorosas procedentes de mis parientes y personas más cercanas. Me han intentado pegar, engañar, confundir, me han puesto los cuernos, me han mentido, humillado, ignorado… Lejos de hundirme, cada vejación y dificultad me ha hecho más sabio y más fuerte, más tierno, más empático y mejor persona.

Soy el hombre de los cambios y éstos aún no han terminado.

Ya no confío en la estabilidad. Hoy se que estoy aquí… mañana quién sabe.

Son, además, tiempos inestables en el mundo, demasiado cambiantes como para aceptar que las cosas van a durar siempre.

Ya no hay trabajos para toda la vida, ni parejas, ni lugares, ni situaciones que duren siempre. El mundo va demasiado rápido como para aferrarse a nada seguro.

La necesidad de seguridad y suelo bajo los pies

Los budistas hablan de varios maras o infiernos en los que los hombres caen a lo largo de su vida.

Uno de los más poderosos es el Skhanda Mara, o la Necesidad de tener un suelo bajo los piés.

De éste Infierno o Mara yo también podría dar alguna clase a los lectores de éste blog.

Cuando estamos en el Skhanda Mara sufrimos por tener seguridad, algo que nos sustente o sujete y nos de tranquilidad.

Cuando abandoné la empresa familiar por la puerta de atrás, sufriendo una especie de acoso y derribo del clan familiar, mobbing y conductas parecidas, confieso que el mundo se me vino abajo.

Sin pacientes suficientes para poder vivir de mi trabajo como psicoterapeuta, sin empleo, sin nada a lo que aferrarme, la vida se había convertido en un oscuro callejón sin salida.

El paro se me terminó tras dos años de buscar por todas partes sin encontrar empleo y sin que los pacientes, con el país en crísis, llegaran a mi consulta en número suficiente… y hubo un momento en que me vi en la calle y casi sin dinero para pagar siquiera la hipoteca de la casa.

No estaba acostumbrado a vivir con lo justo, e incluso con menos de lo justo.

Durante varias semanas solo comí pan. Era barato y yo no podía permitirme gastar dinero, tenía que ahorrar como fuera. Estaba muerto de miedo. Un miedo denso, atroz, que años después regresaría por circunstancias parecidas.

Por las noches me despertaba angustiado, sudando, tembloroso, sin saber qué hacer. Todavía padecía las secuelas del duelo por mi última separación de pareja. Un constante mensaje recriminatorio aparecía en mi mente: Eugenio, tío, con la edad que tienes deberías estar haciendo algo provechoso con tu vida y mira donde estás, no tienes nada.

Era verdad, no tenía nada.

Y sin embargo, tardé algún tiempo- y sufrimiento- en darme cuenta de que lo tenía todo.

Tenía mi vida, mi salud (algo que solo se valora cuando se pierde), mis amigos (los mejores que un hombre pueda desear), mi casa soleada en un barrio que me encanta, mis gatos amorosos, mis casi cuatro mil libros repartidos en estanterías, mi lucidez, que me ha sacado de tantos agujeros… mi capacidad para reirme y ser feliz, mi coraje, mi honestidad, mi compasión, mi entrega… tenía tantas y tantas cosas… pero sobre todo tenía algo que me hacía estar en el sitio exacto y en el momento justo: Tenía Libertad.

Sin ataduras de ningún tipo, sin servidumbres ni esclavitud, a empresas, parejas o situaciones personales de desamparo, yo podía reconstruir mi vida y reconstruirme con rapidez sin depender de otros.

Era el comienzo de mi nueva vida.

Pasé miedo, tuve insomnio, me angustié.

La de noches que dí vueltas entre las sábanas, sin saber por donde escapar, a quien recurrir o a donde ir.

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El miedo a padecer miseria, a perder mi casa, a no tener donde dormir o qué comer, se hizo muy sólido y lo compartí con el de cientos de miles de personas que, en España y otros lugares del mundo, viven situaciones críticas de necesidad actualmente. Me solidarizo con ellos desde aquí, pues se lo que es pensar que mañana no vas a poder sobrevivir ni vas a tener donde caerte muerto.

De vez en cuando, mis familiares, sintiéndose culpables por el modo en que se habían desarrollado las cosas con mi marcha de la empresa, me metían dinero en la cuenta. Dinero que me costaba aceptar, pues yo vivía éstas donaciones como limosnas y no me gustaban.

Ana Cano, una amiga terapeuta, me habló un día de la culpa inconsciente y de que les permitiera que me ayudaran para aliviar su conciencia.

Acepté esa ayuda y sobre todo fuí tirando como pude, con el paro, los subsidios – que fuí agotando por completo-, con trabajos ocasionales o alimenticios.

Debía dinero a mi primo Alberto, debía dinero a Paco Domínguez, mi terapeuta… aún se lo debo.

La situación se hizo crítica y tuve que desarrollar nuevas capacidades personales y talentos dormidos. Volví a echar el tarot, después de años de tenerlo abandonado, encontré centros donde ejercer de tarotista y también donde dar clases de tarot terapeútico con excelentes resultados y cambios vitales en los participantes. Más tarde me hice Maestro en Lectura de Registros Akáshicos, comencé a dar y recibir cursos y formación en terapias alternativas, me convertí en Terapeuta Floral, regresé durante un año a la radio, trabajando para la Agencia para el Empleo del Ayuntamiento de Madrid y encontré vías, soluciones para ir tirando en una época en la que sobrevivir no está garantizado para nadie. Me hice más espiritual, más sabio, menos dependiente, menos apegado a lo material. Más auténtico y valiente.

Soy, por encima de todo, un superviviente.

A fecha de hoy mi situación fluctúa. A veces tengo dinero para vivir, a veces me falta. Pero eso no cambia mi estado interior de calma, que ha sido la mayor ganancia obtenida en éste tiempo.

El mundo podría derrumbarse, yo se que sobreviviré.

La gente, en general, vive más o menos tranquila con sus vidas asentadas, aferrados a parejas, trabajos, casas, situaciones fijas que les reportan seguridad.

¿Serían capaces de hacerlo en mi situación?

Y si mi vida ha sido complicada, deberíais ver las vidas de personas en países del Tercer Mundo y en Vías de Desarrollo… ellos si que pueden darnos una clase a todos sobre navegar frente a la adversidad.

Descubrir que no necesito tantas cosas para vivir cómodamente, recuperar valores perdidos en mi interior, aprender lo que de verdad importa, volverme más ahorrador, menos despilfarrador, aceptar que nunca jamás habrá seguridad suficiente en ninguna de las áreas de mi existencia. Saber que es un autoengaño pensar que algo es seguro y más engaño aún vender tu alma, tu existencia por un gramo de seguridad, a una empresa, a una pareja, a una situación insatisfactoria.

Muchas personas hipotecan su existencia para garantizarse la supervivencia económica… les cuesta

Con la edad he comprobado que el valor para cambiar de situación se pierde y los caminos se estrechan. Es mucho más fácil saltar al vacío siendo joven, con otra capacidad de recuperación, cuando el mundo lleno de oportunidades y hay más facilidad para encontrar pareja y trabajo, que con sesenta o setenta años y la vida hecha y ya encajada. Y sin embargo hay gente que se atreve a hacer grandes cambios incluso a esa edad.

Nunca es tarde para saltar.

Tengo cuarenta y ocho años, me suelen echar diez o doce menos. Pese a los cambios voy envejeciendo bien. Gente con diez, doce y quince años menos, está mucho más cascada que yo a su edad.

Sencillamente, ya no llegarán a los cuarenta y ocho en mi estado.

Y si alguien piensa que he perdido el miedo al cambio en todo este tiempo se equivoca….CADA VEZ TENGO MÁS MIEDO. PERO CADA VEZ TENGO TAMBIÉN MÁS CORAJE PARA SUPERARLO.

 De algo podemos estar seguros todos… nuestra vida va a cambiar. Unas veces lo provocaremos nosotros, otras el cambio vendrá de fuera. Será un cambio felíz o será traumático.

Nuestra vida puede derrumbarse en cualquier momento.

Abandonar la zona de seguridad, la cómoda zona en la que nos movemos a veces, se impone. Dejar de luchar y de aferrarse, dejar de buscar soluciones para no encajar nuestro estado emocional, también.

Y para ello solo puedo recomendar coraje, calma, fe… y un libro magistral que siempre me ha ayudado en éstos tránsitos, un libro compasivo, valiente, que no ofrece caramelos ni promesas, que acompaña mientras atravesamos momentos muy duros.

Se trata de Cuando todo se Derrumba, de la monja budista norteamericana Pema Chödrön.

 Pema Chodron

Que tengáis felices cambios.

Y que si no lo son, aprendáis de ellos y os hagan mucho más fuertes.

Desde VerDeVerdad, un saludo a todos los lectores y mi más sincero abrazo y solidaridad para los que sufren.

Entre todos Vamos a Cambiar el Mundo.