un artículo de Eugenio Sánchez Arrate
Vivimos en una cultura muy mentirosa y también muy borderline, de justificación de todo lo que sucede, de ausencia de límites y de falta de respeto por los demás.
En el reciente congreso de la ATG (Asociación de Terapia Gestalt celebrado en Málaga) fué una de las conclusiones más certeras a las que se llegó por consenso a lo largo de varias ponencias y mesas.
Eso que llamamos postverdad, que muchos de nuestros políticos han impuesto y que no es otra cosa que cinismo disfrazado de todo vale, de yo miento porque todo el mundo miente, todos somos igual de mentirosos, ladrones, o sinvegüenzas, se extiende a todos los órdenes de la vida…
Lo peor es que la gente ha llegado a creérselo y a dar por bueno lo inaceptable.
El mentiroso, el ladrón, el abusador, el que daña, trata así de escurrir el bulto y escapar de las consecuencias de sus actos, tratando de convencer a la sociedad de que todos somos iguales, cosa en la que se equivoca.
En derechos y en algunas otras facetas los seres humanos somos iguales, pero ni de lejos somos iguales en la forma de comportarnos.
Todos tenemos nuestras sombras e imperfecciones, pero hay una inmensa diferencia de grado entre unas personas y otras.
Hay gente muy dañina para todos y/o para si misma, y también gente mucho más ética y justa con sus semejantes… ésta es una realidad que nunca debemos olvidar.
Cuando la mentira se institucionaliza, la pérdida de valores y de ética asociadas van unidas y afectan a toda la sociedad.
En ésta época sin valores y en la que tenerlos se asocia a una mentalidad anticuada (una manipulación más para justificar lo injustificable). El resultado es que muchas personas han perdido toda referencia de comportamiento ético y no saben cómo actuar, o bien imaginan que se puede ir por el mundo sin ningún tipo código de comportamiento responsable.
A menudo se utiliza la Espiritualidad y el concepto de NO JUZGAR para manipular… y se hace repitiendo la coletilla “no juzgues” provocando las siguientes consecuencias:
-Si no puedo juzgar, no puedo poner límites a los abusos, agresiones, mentiras, ataques o actos dolosos de los demás.
-Si no puedo juzgar, me veo obligado a tragar con todo (y a ser abusado por ello sin derecho a poderme defender -porque no hay que juzgar y todo vale-).
-Entonces me siento culpable por tener una opinión propia acerca de la gente y de las cosas, cuando éstas no me gustan o me hacen daño (Algo a lo que tengo legítimo derecho, sobre todo frente a delitos, o para la protección de mi propia vida y la de otros).
-Si la gente con la que he negociado o contratado servicios, la gente con la que he llegado a pactos en acuerdos legales, formales, de amistad o de pareja, no cumple sus acuerdos, desde ésta nueva óptica parece que la culpa es mía por tener expectativas respecto a lo que acordé en mi compromiso con el otro.
-El agresor/abusador justifica sus actos con un “no me juzguéis”… y así puede hacer lo que le da la gana sin hacerse responsable de sus acciones y, lo que es aún peor, sin afrontar las consecuencias (a veces legales) de las mismas.
Otra forma de manipulación es utilizar coletillas o frases hechas asociadas a religión, sistemas de creencias, sistemas morales etc… Desde la represiva moral católica decían ésto, desde la castradora moral musulmana dicen ésto otro, desde la moral ésta o aquella trataban de convencernos de ésto o aquello… Por tanto, seamos libres y no juzguemos.
Para empezar, religión, ideología, ética y moralismo no son las mismas cosas.
Claudio Naranjo, el gran psicólogo y abanderado del géstalt aboga a menudo por una ética sin moralismos.
Uno no necesita ser budista, católico, pagano, mahometano o de cualquier otro credo, para reconocer un abuso, una agresión o una injusticia.
Traicionar a una pareja, a un amigo, a un semejante, no es cuestión de imposiciones puestas por catolicismos, feminismos, machismos, budismos, agnosticismos ni ismos de ningún tipo… es un acto deleznable y contrario a la ética de respetar al otro, se sea de la religión y el credo que sea… aquí las ideologías tienen poco que ver.
Un ser humano sabe de sobra y demasiado bien, tenga el sistema de creencias que tenga, que matar a otro, mentirle, estafarle, o aprovecharse de él, por poner algunos ejemplos, son actos que provocan daño en nuestros semejantes y por tanto tienen consecuencias.
Utilizar, en fin, la espiritualidad para negar todo ésto sumergiéndonos en un universo bonancible e idealizado (y por tanto fantasioso) de bondad universal, de todos somos buenos, de todos lo hacemos todo bien, de que no hay maldad, rastrerismo, o mezquindad dentro de las personas, nos disocia de lo que realmente ha sucedido y de los hechos concretos y dolorosos.
También nos disocia de nosotros mismos y de nuestras partes no tan luminosas y honestas. Negarlas es un autoengaño e ir por la vida sin trabajárnoslas (el trabajo con la sombra, que se puede afrontar en terapia, en crecimiento personal y realizando prácticas espirituales de todo tipo) es pasear la propia neurosis y la ceguera por el mundo, como si nada importara.
La manipulación y el autoengaño han llegado a tal extremo hoy, que cuando alguien señala o denuncia públicamente un acto de violencia, abuso, maltrato o agresión, sacamos la coletilla “no juzguemos” para tratar de suprimir de raíz cualquier exposición de la verdad o de nuestra verdad, que también debe hacerse oír y debe ser expuesta en voz alta.
El juicio existe dentro del ser humano porque es necesario, nos permite poner límites, defendernos y marcar fronteras.
Otra cosa es que lo utilicemos mal.
–Un juicio mal usado nos lleva al exceso de exigencia y autoexigencia, a crucificar a los demás y crucificarnos a nosotros mismos constantemente.
-Pero la total ausencia del mismo nos lleva a una total falta de principios, normas, ética y referencias a la hora de comportarnos y actuar en la vida… porque todo es válido, todo cuela y todo está bien.
Ni al excesiva exigencia ni la autocomplacencia son buenas normas de comportamiento. Sencillamente son extremos.
Convendría entender que tanto el no juicio como el exceso de exigencia son los dos polos de una misma cosa, una distorsión de la realidad en la que, o las cosas son blancas o totalmente negras.
Tan malo es juzgarlo todo y condenarlo (y condenarme), como no hacerlo en absoluto y permitir cualquier clase de atrocidad o abuso.
Desde un extremismo neurótico de no juicio puedo justificar cualquier clase de delito o conducta lesiva, puedo justificarme siempre sin afrontar la realidad de mis actos.
Por contra, desde un extremismo neurótico de juicio constante me paso la vida señalando a los demás y culpándome también yo por los errores cometidos y por mis imperfecciones.
La clave para resolver éste dilema está en hallar un término medio en el que yo me comporte con impecabilidad, evitando dañarme y dañar a otros todo lo que pueda durante el proceso.
Usar la Espiritualidad como herramienta de manipulación de las personas se ha convertido en uno de los actos más lamentables en los que puede incurrir un ser humano.
A menudo vamos del blanco al negro con sorprendente facilidad y entonces pasamos de permitirlo todo a buscar culpables a los que crucificar.
La espiritualidad es, además, como cualquier otra área de la vida, un nicho de mercado y eso afecta al modo en que se trabaja con ella en nuestros días.
Ahora el concepto está muy de moda y se utiliza para ganar dinero, es casi una marca, una etiqueta para ser utilizada en el marketing de ventas.
El problema de mercantilizarla hasta el extremo de hacerla perder toda su esencia de pureza, es que mucha gente termina, queriendo o sin querer, ordeñando a los clientes, pacientes, asistentes a cursos y conferencias como si fueran vacas de las que sacar un beneficio jugoso.
Se exprime a la gente sin tenerla en consideración.
Como los extremos se tocan, tanto los que no juzgan y no ponen límites, como los que lo hacen en exceso están incurriendo en el mismo error.
Del mismo modo, usar a los interesados en la espiritualidad sin tenerles el menor respeto, solo para sacarles el dinero, es otra forma de manipularlos.
¿Cómo evitar manipular?
-¿Juzgas mucho a los otros, te juzgas mucho a ti… o por el contrario permites y te permites hacer cualquier cosa sin importarte el daño que causas?
-¿Respetas a los demás?
-¿Te respetas a ti mism@?
-¿Cómo pones límites?
-¿Dejas que los otros abusen de ti?
-¿Abusas tu de los demás?
-¿Te conoces lo suficiente para saber los verdaderos motivos por los que actúas?
-¿Tratas de aprovecharte de los otros?
-¿Dejas que se aprovechen de ti?
Estas son las preguntas que debemos respondernos para combatir la manipulación y la automanipulación.
Como siempre, la respuesta está en autobservarse con total apertura y sinceridad… y reconocer que no somos tan maravillosos como creemos, aceptar nuestras carencias, trabajarlas y seguir adelante.